- Primero que todo quiero agradecerles por venir a hablar conmigo a esta hora del día. Se que es incompatible con los horarios laborales. – dijo Cecilia Villanueva, la rectora del colegio. – Pero lo cierto es que creemos todos, en esta institución, que su hijo Martín estaría mas contento asistiendo a otra escuela.
Daniel y Alma se cruzaron las miradas, como tantas otras veces lo habían hecho. Esta vez, no necesitaban de palabras para entenderse, ambos estaban pensado lo mismo. “Esta mujer es tan tarada, que busca la solución mas fácil, deshacerse de aquello que no sabe como solucionar”. Él recorrió con la mirada los diplomas que colgaban sobre la pared, detrás de la rectora.
- Tantos diplomas de pedagogía y enseñanza; ¿y la única solución que encuentra es deshacerse de nuestro hijo? Esto claramente demuestra que usted no esta capacitada para ser directora de un colegio. – dijo Daniel en un tono que denotaba rechazo.
- ¡Escúcheme usted!… - Comenzó a decir la Señora Villanueva en un volumen elevado.
- ¡No, usted nos va a escuchar a nosotros! – dijo Alma interrumpiéndola. – En ningún momento vamos a tolerar que usted nos levante el volumen de la voz.
- Discúlpenme… - respondió mientras se encogía lentamente y agachaba la mirada.
- Ahórrese las disculpas si no son por motivos sinceros. – dijo Daniel secamente.
- Tan típico de esta sociedad. Siempre buscando culpables en lugar de buscar soluciones. – acotó Alma en un tono despectivo.
Ambos volvieron a cruzar miradas. Una pequeña mueca, casi imperceptible, se dibujo en sus rostros. “Padres dos, escuela cero”.
- Eso no es tan simple…- dijo la rectora interrumpiendo sus victorias. – En los últimos tiempos su hijo comenzó a hacer comentarios sumamente ofensivos, tanto para sus compañeros como para los integrantes de la institución. – hizo una pausa mientras encendía un cigarrillo. – lo cual intentamos mitigar, pero cuanto más se intentó, más ofensivos se volvieron sus comentarios. Y cito “Vos no entendes lo que es la fotosíntesis por que sos judío”, “la profesora no te tiene paciencia por que se la pasa la noche entera revoleando la cartera. Si te rompiesen el culo toda la noche, vos tampoco tendrías paciencia”, “No te mientas, no vas a ser astronauta de grande, vas a vender telas en el once con tu papa, por que sos judío”. – la rectora levanto la mirada de su hoja con anotaciones, mientras apagaba su cigarrillo en un cenicero repleto de colillas. – creo que con esto es suficiente para que entiendan mi punto.
Sus ojos se cruzaron nuevamente, “Padres dos, escuela uno”.
- ¿Me podes decir de donde aprendió eso martín? – Pregunto Alma.
- De mi seguro que no, sabes muy bien que a mi la religión me importa poco y nada. – respondió Daniel. – lo debe haber aprendido acá en la escuela.
- Le voy a pedir que no insulte la integridad de esta institución sin tener certezas.
“Padres dos, escuela dos”.
La puerta de la pequeña oficina se abrió repentinamente. Apareciendo una joven de cabellos castaños, con lentes de marcos gruesos y cubierta de acné juvenil.
- Cecilia, esta pasando otra vez. – dijo mostrando unos dientes recubiertos de metal.
- Síganme por favor.
Ambos se pusieron de pie, siguieron a la rectora fuera de su despecho y a lo largo del ancho pasillo decorado con dibujos y pinturas infantiles, entre los espacios que quedaban, entre las puertas de las aulas que estaban a los lados.
Alma y Daniel cruzaron sus miradas varias veces, toda esa situación les generaba rechazo. Detestaban el sistema educativo, lo que representaba y lo que generaba en los seres humanos. Muchas veces lo habían hablado, antes de tener que mandar a su hijo a un colegio, pero no tenían alternativa alguna. “el peor error que cometió el ser humano, fue permitir que el estado se meta en la vida privada de las personas” decía él sin cansarse de oírlo. Ella pensaba lo mismo, pero sabia que no tenían otra alternativa, las generaciones pasadas los habían cagado; ya era tarde para hacer algo al respecto, debían seguir las normas que sus antecesores habían impuesto.
Al aproximarse a la última puerta a la izquierda, comenzaron a oír un berrinche, que provenía del interior del aula. Se asomaron y miraron a través de un vidrio, decorado con un dibujo que decía “2do B”. En el interior pudieron ver a martín, con un tacho de basura colocado en su cabeza a manera de casco, golpeándolo contra el pizarrón.
- ¡Miren Miren, soy un judío pelotudo! ¡Me golpeo la cabeza igual que ustedes en el muro de los lamentos! ¡Soy un judío pelotudo! ¡Me golpeo la cabeza para pedirle a Dios un sándwich de moraleda! – repetía una y otra vez a los gritos, mientras la profesora se agarraba la cara con las manos, en señal de resignación.
Alma y Daniel enmudecieron de vergüenza. Se miraron, ambos ruborizados, “¿Qué es esto?” se decían con los ojos. “¿nosotros engendramos esta criatura?”, “¿Qué esta pasando?”, “no lo reconozco”.
La directora los aparto hacia un lado, abrió la puerta con un brusco manotazo e ingreso en la clase. Sin decir una sola palabra, agarro a Martín del antebrazo y le retiro groseramente su improvisado kipá; para luego salir al pasillo con el niño prácticamente a rastras.
- ¡Soltame vieja conchuda! ¡No me voy a olvidar de esto nunca! ¡Cuando te descuides te voy a mear la boca, te lo prometo! – gritaba alteradamente mientras era llevado a la rectoría.
La noche había caído, la escuela había quedado atrás, era hora de buscar una nueva. Alma y Daniel se encontraban en su alcoba, se sentían abatidos, humillados. Entraron al colegio pisoteando cabezas y la abandonaron con risotadas a sus espaldas. No existía manera de defender lo indefendible, su hijo era el demonio en persona y ellos lo habían visto todo. Les habían tendido una trampa o eso era al menos lo que creían.
- ¿ahora que vamos a hacer? – pregunto ella mientras se sacaba la ropa y la colgaba prolijamente sobre una silla.
- Vamos a tener que buscar otro colegio, uno que acepte monstruos fascistas.
- Es tu hijo del que hablas…no se si lo recordas.
- Lo recuerdo muy bien. Mi hijo es el demonio encarnado, que esta misma tarde, hacia una pantomima de Adolfo hitler frente a toda su clase. Ah…y no nos olvidemos que más de la mitad de sus compañeros de clase eran judíos.
- Seguramente es tu culpa, vos siempre estas de acá para allá, hablando mal de alguien. “el negro de mierda ese me re cago”, “el chino de la esquina es una rata apestosa”. ¿Ahora podes ver de donde lo sacó?
- Discúlpeme señora “no busquemos culpables sino soluciones”. Ahora que se trata sobre tu propio hijo y la lista de sospechosos se redujo entre vos y yo. Supongo que todo ese hipismo new age, solo lo podes usar para limpiarte el culo.
- ¿Cómo pretendes que reaccione? ¡Mi hijo es el Anticristo y es toda tu culpa!
- ¿Mi culpa? Vos te la pasaste años enteros tomando LCD ¿y ahora es mi culpa?
- ¡No me vengas con eso otra vez!
- No te vengo con nada, sabes muy bien que es así.
- ¿Te encanta, no? Siempre tenes que ganar… que bajo que caíste.
La puerta de la habitación se abrió bruscamente de par en par, golpeando contra la pared y produciendo un gran estruendo. Martín se encontraba parado en el lindel, sosteniendo un vaso de leche en las manos. Ambos enmudecieron inmediatamente, mientras el chico los miraba fijamente.
- Si no dejan de gritar para cuando termine mi vaso de leche, van a tener que dormir con un ojo abierto. – dijo finalmente.
- ¿Qué pasa mi amor? – respondió ella tiernamente.
- Pasa que quiero dormir y sus gritos no me dejan. – dijo con una cara inexpresiva. – tienen cinco minutos más, que es lo voy a tardar en tomarme esto. Si después de eso siguen, voy a volver cuando duerman y los voy a matar.
Martín se dio media vuelta y caminó a lo largo del pasillo.
- Malditos judíos, siempre gritando. – dijo mientras se alejaba.
Daniel y Alma se cruzaron las miradas, como tantas otras veces lo habían hecho. Esta vez, no necesitaban de palabras para entenderse, ambos estaban pensado lo mismo. “Esta mujer es tan tarada, que busca la solución mas fácil, deshacerse de aquello que no sabe como solucionar”. Él recorrió con la mirada los diplomas que colgaban sobre la pared, detrás de la rectora.
- Tantos diplomas de pedagogía y enseñanza; ¿y la única solución que encuentra es deshacerse de nuestro hijo? Esto claramente demuestra que usted no esta capacitada para ser directora de un colegio. – dijo Daniel en un tono que denotaba rechazo.
- ¡Escúcheme usted!… - Comenzó a decir la Señora Villanueva en un volumen elevado.
- ¡No, usted nos va a escuchar a nosotros! – dijo Alma interrumpiéndola. – En ningún momento vamos a tolerar que usted nos levante el volumen de la voz.
- Discúlpenme… - respondió mientras se encogía lentamente y agachaba la mirada.
- Ahórrese las disculpas si no son por motivos sinceros. – dijo Daniel secamente.
- Tan típico de esta sociedad. Siempre buscando culpables en lugar de buscar soluciones. – acotó Alma en un tono despectivo.
Ambos volvieron a cruzar miradas. Una pequeña mueca, casi imperceptible, se dibujo en sus rostros. “Padres dos, escuela cero”.
- Eso no es tan simple…- dijo la rectora interrumpiendo sus victorias. – En los últimos tiempos su hijo comenzó a hacer comentarios sumamente ofensivos, tanto para sus compañeros como para los integrantes de la institución. – hizo una pausa mientras encendía un cigarrillo. – lo cual intentamos mitigar, pero cuanto más se intentó, más ofensivos se volvieron sus comentarios. Y cito “Vos no entendes lo que es la fotosíntesis por que sos judío”, “la profesora no te tiene paciencia por que se la pasa la noche entera revoleando la cartera. Si te rompiesen el culo toda la noche, vos tampoco tendrías paciencia”, “No te mientas, no vas a ser astronauta de grande, vas a vender telas en el once con tu papa, por que sos judío”. – la rectora levanto la mirada de su hoja con anotaciones, mientras apagaba su cigarrillo en un cenicero repleto de colillas. – creo que con esto es suficiente para que entiendan mi punto.
Sus ojos se cruzaron nuevamente, “Padres dos, escuela uno”.
- ¿Me podes decir de donde aprendió eso martín? – Pregunto Alma.
- De mi seguro que no, sabes muy bien que a mi la religión me importa poco y nada. – respondió Daniel. – lo debe haber aprendido acá en la escuela.
- Le voy a pedir que no insulte la integridad de esta institución sin tener certezas.
“Padres dos, escuela dos”.
La puerta de la pequeña oficina se abrió repentinamente. Apareciendo una joven de cabellos castaños, con lentes de marcos gruesos y cubierta de acné juvenil.
- Cecilia, esta pasando otra vez. – dijo mostrando unos dientes recubiertos de metal.
- Síganme por favor.
Ambos se pusieron de pie, siguieron a la rectora fuera de su despecho y a lo largo del ancho pasillo decorado con dibujos y pinturas infantiles, entre los espacios que quedaban, entre las puertas de las aulas que estaban a los lados.
Alma y Daniel cruzaron sus miradas varias veces, toda esa situación les generaba rechazo. Detestaban el sistema educativo, lo que representaba y lo que generaba en los seres humanos. Muchas veces lo habían hablado, antes de tener que mandar a su hijo a un colegio, pero no tenían alternativa alguna. “el peor error que cometió el ser humano, fue permitir que el estado se meta en la vida privada de las personas” decía él sin cansarse de oírlo. Ella pensaba lo mismo, pero sabia que no tenían otra alternativa, las generaciones pasadas los habían cagado; ya era tarde para hacer algo al respecto, debían seguir las normas que sus antecesores habían impuesto.
Al aproximarse a la última puerta a la izquierda, comenzaron a oír un berrinche, que provenía del interior del aula. Se asomaron y miraron a través de un vidrio, decorado con un dibujo que decía “2do B”. En el interior pudieron ver a martín, con un tacho de basura colocado en su cabeza a manera de casco, golpeándolo contra el pizarrón.
- ¡Miren Miren, soy un judío pelotudo! ¡Me golpeo la cabeza igual que ustedes en el muro de los lamentos! ¡Soy un judío pelotudo! ¡Me golpeo la cabeza para pedirle a Dios un sándwich de moraleda! – repetía una y otra vez a los gritos, mientras la profesora se agarraba la cara con las manos, en señal de resignación.
Alma y Daniel enmudecieron de vergüenza. Se miraron, ambos ruborizados, “¿Qué es esto?” se decían con los ojos. “¿nosotros engendramos esta criatura?”, “¿Qué esta pasando?”, “no lo reconozco”.
La directora los aparto hacia un lado, abrió la puerta con un brusco manotazo e ingreso en la clase. Sin decir una sola palabra, agarro a Martín del antebrazo y le retiro groseramente su improvisado kipá; para luego salir al pasillo con el niño prácticamente a rastras.
- ¡Soltame vieja conchuda! ¡No me voy a olvidar de esto nunca! ¡Cuando te descuides te voy a mear la boca, te lo prometo! – gritaba alteradamente mientras era llevado a la rectoría.
La noche había caído, la escuela había quedado atrás, era hora de buscar una nueva. Alma y Daniel se encontraban en su alcoba, se sentían abatidos, humillados. Entraron al colegio pisoteando cabezas y la abandonaron con risotadas a sus espaldas. No existía manera de defender lo indefendible, su hijo era el demonio en persona y ellos lo habían visto todo. Les habían tendido una trampa o eso era al menos lo que creían.
- ¿ahora que vamos a hacer? – pregunto ella mientras se sacaba la ropa y la colgaba prolijamente sobre una silla.
- Vamos a tener que buscar otro colegio, uno que acepte monstruos fascistas.
- Es tu hijo del que hablas…no se si lo recordas.
- Lo recuerdo muy bien. Mi hijo es el demonio encarnado, que esta misma tarde, hacia una pantomima de Adolfo hitler frente a toda su clase. Ah…y no nos olvidemos que más de la mitad de sus compañeros de clase eran judíos.
- Seguramente es tu culpa, vos siempre estas de acá para allá, hablando mal de alguien. “el negro de mierda ese me re cago”, “el chino de la esquina es una rata apestosa”. ¿Ahora podes ver de donde lo sacó?
- Discúlpeme señora “no busquemos culpables sino soluciones”. Ahora que se trata sobre tu propio hijo y la lista de sospechosos se redujo entre vos y yo. Supongo que todo ese hipismo new age, solo lo podes usar para limpiarte el culo.
- ¿Cómo pretendes que reaccione? ¡Mi hijo es el Anticristo y es toda tu culpa!
- ¿Mi culpa? Vos te la pasaste años enteros tomando LCD ¿y ahora es mi culpa?
- ¡No me vengas con eso otra vez!
- No te vengo con nada, sabes muy bien que es así.
- ¿Te encanta, no? Siempre tenes que ganar… que bajo que caíste.
La puerta de la habitación se abrió bruscamente de par en par, golpeando contra la pared y produciendo un gran estruendo. Martín se encontraba parado en el lindel, sosteniendo un vaso de leche en las manos. Ambos enmudecieron inmediatamente, mientras el chico los miraba fijamente.
- Si no dejan de gritar para cuando termine mi vaso de leche, van a tener que dormir con un ojo abierto. – dijo finalmente.
- ¿Qué pasa mi amor? – respondió ella tiernamente.
- Pasa que quiero dormir y sus gritos no me dejan. – dijo con una cara inexpresiva. – tienen cinco minutos más, que es lo voy a tardar en tomarme esto. Si después de eso siguen, voy a volver cuando duerman y los voy a matar.
Martín se dio media vuelta y caminó a lo largo del pasillo.
- Malditos judíos, siempre gritando. – dijo mientras se alejaba.
2 Dementes dijeron:
Genial! A veces simplemente no hay razones ni culpables.
Jajaja, duende te estás luciendo con estos cuentos. Muy bien diez felicitado para los chistes de judíos, me encantó!
Publicar un comentario