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Yo quería ser un borracho de la vieja escuela.


- Te volviste un amargado. – dijo María, sin levantar la mirada de la revista que tenia entre las manos.

Franco la miro detenidamente, sus ojos estaban llenos de odio. Ella no lo noto o aparentó no hacerlo. Apagó su cigarrillo, se dirigió a la cocina, se sirvió una copa de vino y volvió a su asiento.

- Gracias por pensar en mí. – pronuncio ella entre dientes, mientras apenas asomaba la mirada sobres las hojas de la revista.

Él ignoró el comentario. Sacó un calmante se su bolsillo, lo tomo con su primer sorbo. Sus facciones cambiaron repentinamente, su rostro palideció. Se puso de pie con mucho esfuerzo y avanzo lo mas rápido que pudo hacia el cuarto de baño. Ella lo escucho vomitar, tiro la cadena, se abrió el agua del lavamanos y se oyó que se enjuagaba la boca con agua. Lo vio volver a la habitación, agarro su copa de vino y se fue nuevamente a la cocina. Pocos segundos después volvió con un vaso con agua.

- Creo que me arruiné el hígado. – dijo mientras se sentaba nuevamente.

- No me extraña, si venís tomando como un animal. – respondió en un tono desinteresado, sin despegar la mirada de su revista.

- Me alegra que te preocupes por mi… - franco se detuvo, saco nuevamente un calmante y lo trago con un sorbo de agua.

- Si vos te queres matar es cosa tuya, yo ya me canse de preocuparme.

- ¿Quién te dijo que yo me quiero matar?

- Por la manera en la que tomas, cualquiera diría lo mismo.

- No entendes nada… - dijo él, casi susurrando.

- ¡Idiota! – grito ella mientras golpeaba una pequeña mesa ratona que se interponía entre ellos dos, con la revista doblada. - ¡Sos vos el que no entiende nada!, ¡siempre con tu maldita bebida!, ¡Vos y tu puta bebida!

- Sufro de dolor, no se si te diste cuenta…no tenes idea lo que es vivir con un dolor constante… - le respondió en un tono lento y monótono, mientras levantaba la mirada apuntando al techo.

- Ya se que tenes dolor, desde el accidente que no hablas de otra cosa. Vos, tu dolor, tus calmantes y tu puta bebida. Ya me tenes cansada, siempre con lo mismo. ¿No te aburre hablar siempre de lo mismo? – dijo ella con aquel tono de voz que él tanto detestaba.

- Aparentemente no… - hizo una pausa, encendió un cigarrillo. – Vos por que la sacaste barata, saliste volando por el parabrisas. Pero fui yo el que se quedo atrapado adentro durante horas, con el motor aplastándole las piernas.
- Vos, vos, vos y vos. ¿Y yo que? Yo también salí lastimada, ¿o no te acordas?

- Claro que me acuerdo. Desde entonces que según vos yo soy un amargado y para mí, vos te volviste una perra fría.

- Prefiero ser una perra fría que un borracho adicto a los calmantes.

- Disculpame por no ser masoquista como vos. Pero a mi el dolor no es algo que me de placer.

- ¿Ironico, no?

- ¿Qué cosa?

- Que me llames a mi masoquista, cuando sos vos el que se mata de a poco.

- Yo no me mato de a poco, lo único que hago es evitar el dolor, es todo lo que me importa.

- Eso lo se muy bien, ya que yo te deje de importar por completo. Siempre hablas de vos, de tus piernas, tu dolor, tus calmantes ¡Y tu puta bebida!

- Disculpame, debería ser menos egoísta, ya lo se. ¡Tal vez debería putear por tu dolor, para variar un poco! ¿No te parece?

Maria se puso de pie y desaprecio en la cocina. Después de unos minutos volvió con dos copas de vino ya servidas. Se sentó en su asiento del otro lado de la mesa ratona y apoyo las dos copas sobre esta.

- Ah, perdoname, me olvide que no podes tomar.

Se volvió a parar, agarro una de las copas de vino y se la arrojo a franco. Su mala puntería hizo que la copa pasara a más de medio metro de su cara y se estrellara al final de la habitación.

- Ese es un buen vino, no deberías desperdiciarlo así.

- Idiota… - murmuro ella mientras volvía a tomar asiento.

- Tal vez se me pase, si le doy un poco de descanso a mi hígado.

- ¿No pensaste en ir al medico? – dijo ella volviendo a su tono desinteresado que franco tanto odiaba.

- ¿Para que?

- ¿Cómo para que? Por que no te sentís bien.

- Los médicos no me gustan, me traen malos recuerdos.

- A nadie le gustan los médicos.

- Pero a mi menos que a los demás. Ya me lo puedo imaginar. Ellos, con su típica sonrisa falsa y su maldita mirada que dice “todo esta bien, pero en verdad te quiero sacar hasta el ultimo billete. Y si no encuentro nada, te saco el apéndice para comprarme un auto nuevo”. Los detesto.

- No todos son así, todavía queda gente honrada en este mundo.

- Esos son los peores. “hola, que le pasa cuénteme”, “bueno doctor, vera…, lo que pasa es que creo que me arruine el hígado”, “¿y por que piensa eso?”, “bueno vera doctor, mi cuerpo no me tolera mas el alcohol, si tomo un sorbo lo termino vomitando”, “¿usted toma mucho?, “bastante”, “¿Cuánto es bastante?”, “lo suficiente como para considerarme un borracho de la vieja escuela”, “bueno, le dejo anotado acá unos estudios, hágaselos y después hablamos”. Esos son los que siempre te hacen sentir como una basura y después de eso, te operan para comprarse un auto nuevo.

- Sos un idiota… - dijo ella mientras terminaba su copa de vino.

Il risveglio dal morto vivente‏.

La noche anterior, Franco había tenido una extraña visita, que lo había dejado pasmado. Al irse ella de su casa, revisó su apartamento en búsqueda de alcohol. Encontró tres cuartos de whisky, colocó un disco en su viejo tocadiscos y bebió hasta quedarse dormido sobre su sillón.
A la mañana siguiente, para su sorpresa, se despertó sin resaca. Sonrió para sus adentros. Se levantó tambaleando por el sueño, su visión estaba nublada, veía con poca claridad y se dirigió hacia el baño, chocándose con todo a su paso. Abrió la puerta de un codazo y encendió la luz. Las paredes recubiertas de moho, emanaban un olor particular, que le recordaba a un húmedo amanecer en el cementerio. Intento mirarse al espejo mientras se lavaba la cara, pero recordó que una semana atrás un borracho lo había roto de un cabezazo. Dio media vuelta, enfrentado el inodoro, bajo su bragueta y busco con sus manos su artefacto.

- NO TENGO PIJA!!!!! - Resonó increíblemente fuerte por todo el departamento.

Corrió desesperado hacia la sala de estar, buscando la luz solar, esperando que todo fuese una alucinación. Le imploro a todas las deidades que aquello fuese tan solo un invento de su cabeza. Prefería aceptar que se estaba moviendo loco o que tenía los efectos del delirium tremens, cualquier cosa era mejor que eso. Al ser iluminado por la luz que atravesaban las ventanas, su visión se aclaro finalmente. Revelando unos huesos de caderas y un gran espacio vació, donde se suponía que debería estar su ingle. Miro sus manos, estas no tenían piel o carne alguna, solo se veían los carpios y metacarpios flotando en el aire. Fue entonces, al quitarse toda la ropa, que vio que era un esqueleto.

- LA PUTA MADRE!!!! – grito a todo “pulmón”.

Súbitamente recordó la noche anterior, las imágenes volvieron a pasar ante sus “ojos”, las tenia grabadas en el fondo de su hueco cráneo expuesto. Justo después de terminar su cena, restos de comida que quedaban en el interior de su heladera, cuando alguien llamó a la puerta. Para su sorpresa, del otro lado se encontraba una llamativa morocha de piel increíblemente blanca. Con unos labios carmesí que resaltaban aún más, que sus verdes y profundos ojos. Le dirigió una sonrisa, pidió por entrar y tomo asiento en su sofá.

- Hace tiempo que quería pasar a visitarte…

- ¿Te conozco?

- Todos me conocen…y yo los conozco a todos.

- Yo conozco pocas personas y recuerdo cada una de sus caras. Puedo asegurar que la tuya no la recuerdo.

- … O tal vez, no queres hacerlo. ¿Tenes algo para tomar?

Revisó en cada una de las portezuelas de su improvisada y mugrosa cocina, hasta que encontró una botella de vino. Enjuagó, incompetentemente, las dos únicas copas que tenia; y las llenó de vino, mientras tomaba asiento frente a ella. Quedaron en silencio un largo rato. La mujer contemplaba minuciosamente su copa, mientras él se preguntaba, quien era su extraña visita.

- ¿Alguna vez te pusiste a pensar cuantas personas dieron sus vidas, para que vos disfrutes de este vino? – dijo finalmente su invitada.

- No, para serte honesto, en este momento estoy pensando, quien sos vos y que haces en mi casa.

- Digamos que soy una vieja amiga, que viene a cobrar una deuda. – respondió, mientras se dibujaba una amplia sonrisa en su rostro.

Franco comenzó a sentir un leve cosquilleo en su mano derecha. Al levantarla, vio que una pequeña cucaracha caminaba sobre ella. La sacudió velozmente, el insecto salio disparado y cayó dentro de su copa de vino. Sus piernas empezaron a zapatear nerviosamente, crujiendo con cada golpeteo. Fue entonces, cuando notó que todo su apartamento estaba recubierto de una alfombra de cucarachas, gusanos y demás criaturas rastreras. Una gota de frió sudor le recorrió la frente, mientras su mirada se cruzaba con la de ella. La habitación entera se envolvió en llamas que devoraban todo el interior, menos a ellos dos. Las flamas no lo quemaban, mas bien sentía un frió aterrador, cada vez que las lenguas del fuego lo tocaban.

- Bueno, me tengo que ir. – dijo su visita, mientras las llamas desaparecían y todo retornaba a la habitual. – No te preocupes en acompañarme, se donde está la puerta.

Mientras el esqueleto, que una vez había sido Franco, emergía de sus recuerdos. Se encontró a si mismo, tomando los restos de la botella de vino, de la noche anterior. Sus amarillentos huesos, ahora empapados de moscatel, habían tomando un tinte rosado.

- Lo que me faltaba. – gruño en voz alta. – ahora además, soy un esqueleto rosado!!!

Paso la siguiente media hora, revolviendo su departamento, buscando algo de ropa para cubrir enteramente su cuerpo. Necesitaba ayuda, estaba entrando en un profundo estado de desesperación. Por alguna extraña razón que no terminada de entender, de la noche a la mañana, había dejado de ser un hombre. Ahora se parecía mas a un objeto de exhibición de algún tipo de museo. Finalmente logro encontrar el pasa montañas que le habían regalado años atrás y jamás había usado. Lo coloco sobre su cráneo, ahora teñido de rosa, rellenándolo de papel higiénico para intentar disimular un poco más, su calaverita cabeza envuelta en tela de lana. Por ultimo se coloco unos lentes oscuros y salió a la calle.
Caminó increíblemente ligero, las quince calles que separaban su departamento del de Mónica, su pareja. Ya hacia tres años que salía con ella. Las cosas no habían sido fáciles, pero finalmente todo parecía estar encajando. En el último año, él había logrado soltarse, como ella siempre le había pedido que haga. Siempre criticándole, en cada pelea, que él no se dejaba conocer. Sin embargo, sus anteriores relaciones habían sido todo lo contrario. Cuanto más lo conocían, más se alejaban, hasta que finalmente no quedaba nada. Pero actualmente, se había sentido realmente feliz de haberla conocido. “Eso de hablar, no es tan malo” se decía para sus adentros. Tal vez era tiempo de aceptar el curso normal de la vida, madurar, establecerse; y con ella, no le parecía una mala idea, en absoluto.
Mientras recorría el camino hacia los brazos de su amada, esperando consuelo, unas palabras de ánimo e incluso alguna idea de cómo solucionar su actual situación. Se encontró con que la gente lo evadía, como si se tratara de un leproso. Al mirar su reflejo en el escaparate de un negocio, vio cuan ridícula era su silueta. No tenia carne que le rellenara la ropa, era ropa colgada de una percha huesuda. Con una cabeza realmente deforme, abultada irregularmente por las pelotas apelmazadas de papel higiénico.
Mientras intentaba, inútilmente, parecerse lo más humanamente posible. Acomodando sus prendas e intentado darle a su cabeza rellena una forma humanoide. Se percato que algo estaba tironeando de uno de los pliegues de su pantalón.

- ¡¿Puede hacer que su perro me deje de joder?!

- ¡Boca sucia! - gruño la vieja coqueta.

- Si no hace que pare, se lo piso y fin del problema.

La señora acelero el paso, espantada, mientras arrastraba al pequeño adefesio acogotado por la correa. La lengua se le escapaba de lado y sus ojos amenazaban con salirse de la cara. Mientras el tapado de piel le golpeaba en el hocico a cada paso, su boca se cerraba y le mordía la lengua involuntariamente.

- Bueno, no hay mucho que pueda hacer, mejor sigo. – pensó en voz alta.

Al llegar al edificio donde Mónica vivía, tuvo la suerte de que ella no bajara a abrirle. Se le hubiese complicado demasiado entrar sin dar explicación alguna en plena calle, pensó para sus adentros. Lo atendió por el portero eléctrico, hizo sonar la chicharra y la puerta cedió de un empujón. Franco no se animo a subir por las escaleras, se imagino resbalándose y partiéndose en mil pedazos. Entonces toda su realidad adquirió una nueva perspectiva en su huesuda cabeza.

- ¿Si me rompo en cientos de partes, moriré o seguiré viviendo? – se pregunto a si mismo.

Prefirió no conocer la respuesta y monto sobre elevador. Aquella subida de tres pisos le pareció eterna. No tenia la mas mínima idea de cómo iba a contarle, que ahora era un esqueleto viviente. Al detenerse el ascensor, rechinido intensamente, como era normal que lo haga. No llego a poner su mano sobre el timbre, que ella ya había abierto la puerta.

- ¿Qué haces así disfrazado payaso? Veni pasa.

- Hay algo que tengo que contarte…y la verdad es que no se como hacerlo. – dijo franco mientras se sacaba uno de los guantes y exponía su huesuda mano.

- ¿Esto es un chiste? No me da ninguna gracia, eh!

- Ojala y esto no es todo.

Al terminar de decir esto, comenzó a sacarse toda la ropa. Los ojos de Mónica se abrieron de par a par y estallo a carcajadas.

- ¡Sos un esqueleto rosado! – dijo mientras reía estrambóticamente.

- ¡¿de que te reís tarada?!

- ¡De vos, esqueleto maricon! – siguió diciendo entre risas, mientras se dejaba caer al suelo.

- ¡La puta que te parió, miame! vengo a decirte que soy un esqueleto y ¡¿vos te me terminas cagando de la risa en la cara?!

- Jajajajja disculpame, esto es demasiado jajajjaa, sos un esqueleto rosa jajajajjaa – decía mientras daba palmadas en el suelo.

- ¡Para de reírte un poco concha frígida!

- Ahh nooo, el esqueleto de Valentino liberace, no va a venir a mi casa y tener el tupe de llamarme concha frígida. ¡Andate hijo de puta!

- ¿Me estas cargando? Vengo con un problema, te me reís en la cara ¿y por que me enojo me hechas? ¡¿No te das cuenta que soy un maldito esqueleto?!

- ¿Y yo que culpa tengo? A mi no me insultas ¿entendiste?

- ¿No crees que viéndome así, no puedo tener el derecho de estar un poco irritable?

- Bueno, si, supongo. – dijo mientras bajaba la mirada hacia el piso. Al levantarla, para volver a mirarlo, su piel palideció. - NO TENES PIJA!!!!!

- ¿Crees que no lo note?

- Necesito un minuto para pensar esto. Es demasiado para mi…

Mónica caminó una y otra vez de un lado a otro del departamento. Se detuvo durante un instante para encender un cigarrillo, para luego volver a caminar. En su cara se iban dibujando y desdibujando gestos, como si estuviese hablando pero sin gesticular. Entró en la cocina, salio de ella con una copa de vino, para seguir yendo de acá para allá. Pitaba su cigarrillo de una manera frenética. Las cenizas se acumulaban hasta que caían solas por su peso.
Franco comenzó a impacientarse, ya conocía aquel ritual que tenia, frente a situaciones que la superaban. Sabía muy bien que, en aquel momento, su cabeza era un torbellino de pensamiento. Analizando todas las posibles situaciones y re estructurando su vida a partir de ellas. Imaginando el resto de su vida, basándose en cada una de las posibilidades que aparecían en su mente.

- Bueno. – rompió finalmente el silencio. – ¡No!

- ¿No? ¿No, que?

- No, esto no es para mí. Puedo soportar muchas cosas y Dios sabe que lo hice. Pero esto no.

- ¿Qué me estas diciendo?

- Que no puedo amar a un hombre sin pija.

- No puedo creer que me estes diciendo esto. Necesito tu ayuda, me imagino que esto es solo temporal, tiene que ser temporal.

- ¿Se supone que me tengo que creer eso? ¿Qué te va a crecer la piel de la noche a la mañana?

- Se me fue de la noche a la mañana. No veo por que no pueda reaparecer de la misma manera.

- Bueno, pero yo no voy a estar acá llorando por vos, mientras logras un milagro. ¡No soy Penélope! Tengo mis necesidades.

- ¿Tanto te hierve la concha que no podes esperarme?

- Franco… se terminó… sos un esqueleto. Búscate una zombie o lo que sea, pero esto se terminó acá. Andate por favor. – dijo mientras se alejaba y cerraba la puerta de su habitación.

Cubrió su huesudo cuerpo, lo más rápido que pudo, sintiéndose totalmente humillado. Gritando, “puta de mierda”, antes de cerrar la puerta de un portazo. Llegó a la calle y comenzó a caminar sin rumbo, mientras pensaba en todo el tiempo desperdiciado en aquella mujer. Tantas palabras y charlas que terminaron siendo vacías, todas esas payasadas de compartir, eran solo un show. Una mujer de verdad lo hubiese ayudado. “a quien estoy tratando de engañar” se aclaró a si mismo. “todos se escapan cuando las cosas se ponen difíciles. La diferencia es que algunos aguantan más que otros”.
Luego de seguir mascando rabia para sus adentros, durante un largo rato. Franco se encontró parado frente al cementerio local. Viendo que estaba mas muerto que vivo, decidió entrar, “y tal vez no salir”, se cruzo por su cabeza mientras adelantaba la entrada del complejo.
Transitó alrededor de las parcelas, nichos y bóvedas durante aproximadamente una hora. Sintiéndose realmente a gusto en aquella pacifica necrópolis. Cuanto más recorría, más le atraía la idea de vivir ahí. Intento abrir una bóveda adornada con gárgolas, pero el esfuerzo fue demasiado. Paso los siguientes quince minutos encontrando la manera de volver a insertar su mano izquierda en su cuerpo. Sus huesos no se rompieron, ni se astillaron, pero aprendió que ahora era un ser desmontable. Toda la situación le resulto muy deprimente. Al parecer, según su perspectiva, no existía forma de ponerle fin a su dilema. Excepto, enterrar su cuerpo bajo tierra y esperar a que sus huesos se descompusieran del todo. Tal vez, solo entonces, moriría de verdad.
Recorrió el cementerio, buscando una tumba recién cavada, para llevar a cabo su plan. El cual consistía, en encontrar un agujero recién hecho, introducirse en él, cubrirse con tierra y una vez que depositaran un ataúd y lo taparan, era cuestión de esperar a que los gusanos y demás alimañas hicieran su trabajo. Tarea que no le costo mucho trabajo, ya que todos los días muere alguien. Pero al arrojarse de cabeza en el primer sepulcro que encontró, una voz le llamo la atención.

- ¿Qué crees que estas haciendo?

- estee… - Titubeo por un segundo, hasta reconocer al dueño de aquella voz. - ¡vos! ¡Es tu culpa que yo este pasando por esto!

- Veo que realmente no recordas nada… - dijo la misma mujer que la noche anterior había visitado su departamento. Ahora parada en el borde de la fosa.

- Si, recuerdo que viniste a mi casa. Me hiciste alucinar de alguna manera, que todo se prendía fuego y al día siguiente, era un esqueleto. – le respondió mientras se sacaba la ropa y le mostraba su nueva forma.

- Jajajajajaja – rió histriónicamente. – solo estas recordando una parte de la historia.

- ¿Se supone que hay otra?

- Si, hace unos diez años, exactamente.

- Si tuviese cara, en este momento estaría poniendo cara de tarado. Pero como no tengo, te lo digo.

- Vamos, salí de ese pozo y te lo explico. – le respondió con una calida sonrisa dibujada en su rostro y extendiéndole una mano para ayudarlo a salir.

- Bueno…necesito saber toda la verdad, sin más juegos o trucos. – manifestó el esqueleto desnudo al emerger a la superficie.

- Supongo que te lo mereces, después de esta pequeña broma. – declaro con la misma sonrisa anterior.

- ¿Entonces?

- ¿Realmente no te acordas lo que te paso hace diez años? ¿El accidente de autos en la ruta?

- Si, eso no me lo voy a olvidar nunca.

- Ese fue el día que nos conocimos…mientras mirabas tu cuerpo ensangrentado, tirado en una zanja.

- ¿Qué?

- Se suponía que tenías que haber muerto. Pero me diste ternura y te perdone. ¿No te acordas el trato que hicimos?

- No me acuerdo de casi nada… solo imágenes… después el hospital.

- Te di diez años de vida, te devolví a tu cuerpo, a cambio de tu amor, para toda la eternidad. Como te dije esa ves, la muerte también se puede sentir sola.

Al finalizar de decir aquello. La mujer se agarro el rostro con las manos y al bajarlas lentamente, se arranco la piel. Primero se desprendió solo la piel de su cara. Pero al igual que un disfraz de una sola pieza, el resto de la piel, incluyendo ropa, se separó de ella. Exponiendo a la luz del sol, un esqueleto femenino.

- Vos y yo, estamos hechos el uno para el otro…

- Bueno… - franco se detuvo durante un segundo. Contempló a aquel cadáver de mujer durante un instante y luego siguió diciendo. – Bueno, soy un esqueleto, no me voy a poner en pretensioso justamente ahora.

Definitivamente no soy de este planeta.



Me encontraba en mi casa, intentando escribir, pero las palabras simplemente no venían. No solo las palabras, tampoco las ideas, malditas ideas ¿Dónde están? ideas, palabras, mujeres; siempre vuelvo a ellas, ella siempre vuelve a mi. Hacia tiempo que todo había terminado. Era una historia vieja o algo por el estilo, pero era difícil olvidarla. Pocas veces una mujer me hizo odiar tanto todo.
“Los marcianos llegan a la tierra, cientos de pequeños platos voladores aterrizan sobre la nueve de julio. Se abren las compuertas y se despliegan rampas de descenso. Saliendo de ellas, una gran cantidad de diminutos seres, que se desplazaban a los saltos. Eran culos, cientos de pequeños culos rebotantes invadían Buenos Aires. Inflándose y desinflándose a intervalos regulares, llenaban la ciudad de mierda”.
Era difícil seguir escribiendo, había tardado una hora en escribir ese maldito párrafo. La habitación estaba llena de humo y los calmantes se me habían subido a la cabeza. La habitación entera se estaba encogiendo, las paredes comenzaron a desplazar las cosas sobre el suelo. Cuando la basura comenzó a asfixiarme, me puse de pie, agarre mi abrigo y decidí salir a tomar algo.
Llegue al bar cerca de la media noche, lugar al que solía ir cuando no tenia nada para hacer, siempre solía haber algún rostro familiar. Me acerque a la barra y pedí una cerveza. Mi pierna me estaba matando, saque un calmante del bolsillo y lo trague junto con el primer sorbo. Mire a mi alrededor, ninguna cara conocida, solo mugre y borrachos. Paredes cascadas, suciedad, piso mojado y pegajoso, ceniza y colillas de cigarrillos por doquier. Ni siquiera entre tanta basura me sentía como en casa. En otro tiempo hubiese sido de otra manera, pero ya no, algo había cambiado y no podría explicar exactamente que. Mi estado misántropo habitual no había crecido, ni disminuido en absoluto. Todo seguía igual y sin embargo no era así.
Un sujeto choco mi hombro derecho, mientras se abría paso hacia la barra, sacándome de mi profundo estado de introversión. Pidió su trago y luego recorrió con la mirada a su alrededor. Lamentablemente nuestras miradas se cruzaron, sabia que estaba en problemas, era de esa clase de personas que buscan charla con cualquiera. Que suerte la mía.

- ¡Que calor que hace!

- Si, hace calor.

Respondí secamente, esperando que advirtiera que no tenía ganas de hablar con nadie, especialmente con alguien como él.

- Me pediría una cerveza, por el calor. Pero me pasa como agua, me hace falta algo más fuerte.

- Aja.

Esta vez me limite a dejar salir de mi boca un sonido, vagamente similar, a una afirmación. Pero con una gran dosis de indiferencia, creyendo que cumpliría su efecto.

- Por que yo empecé a tomar de muy chico – siguió diciendo sin siquiera importarle si lo escuchaba o no. – Tomaba de todo, ahora mi hígado se hizo resistente a la mayoría de las bebidas, la cerveza apenas me hace efecto y no le siento mucho el gusto. Cuando era chico, tuve un coma alcohólico de tanta cerveza que tome una noche. Me desperté en el hospital…

- No se si es que me ves cara de psicólogo o algo así… - dije interrumpiéndolo secamente. – Pero lo cierto es que no me importa, tampoco te estoy escuchando. ¿No preferirías contarle todo esto a alguien que si te vaya a escuchar?

El sujeto esbozo una mueca de disgusto, agarro su trago y se alejo inmediatamente de la barra. A mi izquierda escuche una carcajada raspante, que intentaba ser atenuada sin mucho éxito. Mire de reojo, temiendo que sea otro charlatán sin control, tratando de llamar mi atención para luego contarme de su vida. La riza le pertenecía a un viejo, canoso, medio pelado, barrigón, de nariz colorada. Un borracho con oficio, de la vieja escuela. Lo mire, dibuje media sonrisa con mi labio y serví lo que quedaba de cerveza en mi vaso.
Di una vuelta alrededor del bar, buscando algún conocido con el cual intercambiar una palabra o dos, mientras terminaba mi bebida, sin éxito alguno. Volví a la barra para pedir otra cerveza. Al apoyar el vaso sobre ésta, el viejo lo llenó, mientras se dirigía a mí.

- ¿No te encantan los humanos? Siempre intentando contarle sobre su vida a alguien…

- No, la verdad es que me molesta bastante esa clase de personas.

- jajajajajaja

El viejo se reía desmesuradamente. Su cara y barriga se agitaban en todas las direcciones, era divertido verlo reír, casi contagiante.

- ¿Hace cuanto que estas acá?

- Una media hora supongo…lo que me tarde en terminar mi cerveza…no lo se…no llevo la cuenta.

- No me refiero al bar, sino a este planeta. - Dijo el viejo mientras se acercaba a mi oído y prácticamente susurraba su última frase.

Su expresión de borrachín alegre y bonachón había cambiado radicalmente, ahora su cara expresaba una intensa seriedad, no parecía estar contando un chiste. Según su rostro, lo estaba preguntando seriamente. Decidí seguirle el juego, de todos modos me estaba invitando alcohol.

- Bueno… - hice una pausa intentado pensar que responder. – Entonces supongo que la respuesta correcta seria, desde que nací. Toda mi vida o al menos desde que recuerdo, siempre estuve en este planeta.

- Sin embargo, eso no quiere decir que seas de este planeta…

- ¿Ah, no?

- En absoluto…nuestra especie tiene la habilidad de poseer cuerpos. Sin embargo, si poseemos el cuerpo de un humano en el vientre, olvidamos todo hasta que el cuerpo deje de funcionar. Viviendo una vida que creemos que nos pertenece.

- Interesante… ¿y que pasa con tu cuerpo cuando posees uno humano?

- jajjajajjaaja – el viejo volvió a reír, su rostro recobro su expresión de borracho alegre, mientras su cuerpo rebotaba con cada una de sus carcajadas. – nosotros no tenemos cuerpos, viejo amigo, claramente no recordas nada. Somos pura energía…cuando viniste a este planeta, cometiste un error de principiantes, o tal vez solo querías saber que se sentía ser un humano. De todos modos todo eso ya no importa, al fin te encontré.

Pase las siguientes horas escuchando las alocadas historias del viejo, quien revelo que su nombre terrestre era Enrique. En todo ese tiempo mi vaso nunca estuvo vacío. Sacaba una cerveza atrás de la otra y aclaraba cada vez, que él invitaba. Habló sobre nuestro supuesto planeta, de donde teóricamente yo también provenía. Describió detalladamente los paisajes, las ciudades, la evolución de nuestra especie, de seres corpóreos a incorpóreos. El viejo no parecía un demente, estaba realmente convencido que lo que decía era cierto. Supongo que eso es la locura.
La mezcla de cerveza y calmantes se me había subido a la cabeza. Comencé a imaginar lo bueno que seria ser un extraterrestre. Disponer a mi mando una gigantesca horda de pequeños culos saltarines, que llenasen de mierda todo aquello que yo señalase. Por un momento la realidad se distorsionó, las puertas se abrieron de par en par. El bar de lleno de nalgas tira caca, que embadurnaban a todos los presentes con sus proyectiles escatológicos. Las chicas corrían a los gritos, desesperadas, sus bocas eran tapadas por mierda. Los hombres resbalaban, caían al suelo e intentaban escapar arrastrándose por un río de caca.

- Estas empezando a entender… - dijo el viejo interrumpiendo mi fantasía.

- ¿Qué cosa?

- Imaginar es el primer paso para moldear la realidad a tu antojo.

- ¿De que estas hablando?

- Pude ver tu pequeño acto, la invasión de culos es una muy buena idea…

- ¿Cómo sabes que estaba imaginando eso?

- jajajajajaja – el viejo parecía realmente entusiasmado, cuanto mas cara de sorpresa ponía, mas se deleitaba.

- Bueno muchachos, estamos cerrando en cinco minutos. – interrumpió el barman.

- Vamos a conseguir más cerveza.

Me pareció una buena idea. Nos pusimos de pie y salimos a la calle. Caminamos a la deriva, buscando algún otro lugar para tomar algunos tragos más. Estaba tan intoxicado que se dificultaba avanzar en línea recta. La combinación de ebriedad, calmantes y una pierna defectuosa, me dificultaban bastante seguir el ritmo del viejo. Caminaba verdaderamente rápido para su edad y su supuesto estado alcohólico.
Fue entonces, después de haber recorrido unas cuantas calles, que vimos adelante nuestro, un grupo de jóvenes que avanzaban atolondradamente, en dirección contraria a la nuestra.

- Ahí vienen problemas. – dijo el viejo mientras se detenía súbitamente.

- Si, claramente andan buscando pelea. – respondí sin titubear.

- Este es un buen momento para que recuerdes tus habilidades. – dijo el Enrique, el supuesto extraterrestre. – ¡Negros de mierda, los vamos a matar! – se apresuro a gritar.

- ¿Qué carajo estas haciendo? Nosotros somos dos y ellos son como diez, ¡nos van a romper la cabeza!

- No no no no, vos recorda tus habilidades. Si tenes la voluntad suficiente, podes trasformarlos en ardillas si queres.

- Viejo del orto, una cosa es escuchar tus historias y otra es muy distinta es creer que puedo hacer algo al respecto con solo pensarlo.

- ¡Vamos vamos! Yo se que vos podes.

- Nooo, yo no puedo nada. ¡Si vos sos capaz de salvarnos de esta, hacelo!

- ¡Este es tu momento de recordar, de brillar!.

- ¡Brillar las pelotas, nos van a matar, viejo del orto!

- ¡Vamos, esta en vos, yo se que podes! – volvió a repetir.

- ¿Me estas hablando en serio? ¡Yo soy un rengo borracho, no puedo ni correr!

- Bueno, no te preocupes, yo me encargo de esto.

El grupo de jóvenes, al escuchar los insultos del viejo, aceleraron el paso, se dirigían hacia nosotros a toda velocidad. El viejo cerro los ojos por un momento, sus cejas se arquearon de una manera que nunca antes había visto y de su boca empezaron a salir sonidos guturales ininteligibles. Todo su cuerpo comenzó a estremecerse espasmódicamente, mientras sus brazos se levantaban lentamente en la dirección que nuestros futuros atacantes se aproximaban. Se detuvo súbitamente, giro sobre sus talones, enfrentándome.

- ¡No, no me sale! - Dijo mientras palidecía y salía corriendo en la dirección la dirección opuesta.

- ¡Extraterrestre del orto! – fue lo único que alcancé a decir antes que nuestros acechantes me alcanzaran.