Mis pupilas se dilataban y se contraían constantemente. La luz me estaba matando. Cada destello se robaba un pedazo de mi alma. Finalmente no quedo nada. Mire a mi alrededor, estaba rodeado de rostros extraños. Todos encerrados dentro de las mismas cuatro paredes, corroídas por el moho y descascaradas por la humedad. El olor a orina era nauseabundo, decidí salir a tomar un poco de aire.
Al caminar dos calles me quede sin aliento, tenia los pulmones llenos de humo. El sol se estaba escondiendo y yo recién estaba amaneciendo. Cuatro monjas que pasaban se levantaron los hábitos, al caminar junto a mí, mostrándome sus entrepiernas desnudas y sin depilar. El olor a suciedad acumulada que emanaban me dieron nauseas, vomite, escupí y volví a vomitar. Eso es un pecado, no bañarse, monjas sucias. Intente levantarme, no pude. Un perro se comió mi vomito. El aire me despejo, me levante, empecé a caminar sin rumbo. Que día aburrido, quiero más.